Redención.

A 1000 km de distancia, a 5 minutos de casa, a años luz del fin, una eternidad sería poco...

Un olor, una sensación, un sentimiento, una imagen, las costumbres, los miedos...

Encontrarse lejos del hogar no hace sino activar la mente. Esa capacidad que la materia gris tiene de transportarnos físicamente a un lugar en el que ya no estamos, al que ya no pertenecemos. Esa capacidad de nuestro cerebro de revivir aquellas emociones que son necesarias, de recordarnos el lugar de donde hemos salido con un simple olor, una simple imagen que pasa por nuestro imaginario como algo tan real que es capaz de ponernos los pelos de punta, de generar un estado de tranquilidad y emocion incomparables, de convertirse en algo único, tan sencillo como una fotografía de un momento, y tan complejo que hace posible que a tanta distancia, seamos capaces de transportarnos como una proyección astral a otro lugar en el que nos orientamos y reforzamos el deseo de volar, sin olvidar la necesidad de permanecer.

Nada ha cambiado en el camino. Nadie ha allanado el terreno. Nadie ha eliminado los obstáculos.

He sido yo el que he ganado fuerzas, el que ha sabido elegir las herramientas correctas, el que ha sido capaz de demostrarle a todo el mundo que puedo hacerlo.

Y pensar que fui un pequeño filo de cristal infinitamente reconstruido, y que el esfuerzo me ha convertido en un bastón de acero...

Es posiblemente esa necesidad de despojarme del traje que otros han tejido para mi, lo que me haya hecho llegar hasta aquí. Lo que me haya hecho desnudarme, volar, acariciar el viento, resisitir la tempestad y pisar tierra firme con el claro propósito de construir poco a poco mi propio filo cristalino. A mi manera, con mis propias manos, con el impulso de muchos, pero con la soledad de saber, que soy yo el que está aquí, que soy yo el que ha tomado las riendas.

Soy yo el que decide.

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