Entradas

Mostrando entradas de 2016

Ad eternum

Otra vez el inconformismo... Otra vez a reflexionar y tratar de encontrarme. La vida es demasiado complicada y nosotros la complicamos más si cabe. Nos pasamos gran parte de nuestra vida pensando en el futuro, y no nos damos cuenta de lo que estamos viviendo hasta que ya se ha convertido en pasado. Hasta que echamos la vista atrás y comprendemos el sentimiento de tranquilidad y satisfacción que nos producen los recuerdos, no somos capaces de ver la felicidad de los momentos. Pero ya ha pasado. Se ha ido. Es solamente un recuerdo. Me he convertido en un preso de los recuerdos. Un cautivo de sensaciones felices de otro tiempo. Y a pesar de que ya van unas cuantas décadas de inconformismo con el ojo puesto en el retrovisor, no aprendo. No valoro el presente incluso trato de huir de él. Os estaréis preguntando por qué no le pongo solución. Buena pregunta. A veces me gustaría tomarme un tiempo para mí. Sólo para mí. Desaparecer por un momento. Ver el mundo en perspectiva, conver

Lenzos brancos no destino.

Lenzos brancos no destino. Duras pedras modeladas, lume azul asolagado, praceres non gozados, damas en pé alertadas. Ruxen os cantos no aire, prenden o lume os forneiros, queiman o xunco os labregos, por un que non era nadie. Venme ós miolos un intre, nunca soñei o pensado nunca pensei o soñado, mais é certo que existe. Asentan os cepos no chan, prenden na terra as raíces, xorden xa novos matices, pesan os danos no afán. Mudan as bichas a pel, cambian as cousas co tempo, hai que adaptarse ós momentos, queda moito por facer.

Respirar y esperar

Imagen
A veces es bueno desaparecer, sigilosamente, tranquilos. Alejarse del bullicio a un rincón de paz, para poder observar en perspectiva nuestro mundo. Sentarnos, y en la calma que nos aporta la soledad, respirar. Sólo respirar. Tomar aire lentamente con los ojos cerrados y escuchar lo que nos cuenta el silencio. Respirar. Escuchar las olas del mar, sentir el viento fresco en la frente y respirar. Abrir los ojos y fijar la vista en el tablero. Ordenas las fichas, calcular las coordenadas, conocer a nuestros adversarios, conocernos a nosotros mismos, analizar el terreno. Respirar. Capturar el momento presente. Respirar y esperar. Tranquilo, sereno. Retirarse a un rincón oscuro, silencioso, en calma, respirar y esperar.

Odio y asco.

Ya a nadie le importa nada. Ya nadie conoce la empatía, ni la practica, sólo la critica. Nos pasamos toda la vida compartiendo momentos, ilusiones, recuerdos, objetivos. Pero en cuanto dejamos de compartir, nos olvidamos de todo lo que hemos compartido y sólo queremos vivir al margen de los demás, porque nos importa una mierda lo que le esté pasando a la gente. Hemos convertido todo el mundo en un  minimalismo emocional. Todas nuestras emociones son como cápsulas efímeras, que apenas duran un instante, en el que ni siquiera somos conscientes de lo que nos provoca el sentimiento. La sociedad está enferma. No existe la sociedad. No somos ni por asomo comunidad, ni siquiera pueblo, ni siquiera nación. Nos hemos abandonado. Somos zombis. Nos estamos alienando. Recuerdo que cuando era niño, mis padres, que lo han pasado mal, muy mal, se esforzaban en enseñarme que pase lo que pase, siempre hay que ponerse en el lugar de los demás, y aprender a comprender porque la persona que tene

El pájaro.

No se mueve el tiempo. Se ha detenido. Ha dejado de alimentar a la ilusión y se ha sentado a observar la desesperación. Hace ya tres años que abandoné el barco y decidí coger un bote salvavidas. Así el remo con mis manos, fuertes tras el duro entrenamiento contra viento y marea. En alta mar, solo hay horizontes, delgadas líneas, rojas al atardecer, que cierran la puerta al abandono e insuflan falsas esperanzas de cambio. En el barco se quedó la tripulación y los generosos pasajeros, a veces amigos, otras simples huéspedes. En mi bote, apenas se podía encontrar una pequeña botella de agua y un millón de sueños rotos, que formando un rompecabezas dibujaban un paisaje de suaves verdes, fuertes grises y azules luminosos. No sé lo que pasó. No recuerdo nada. Una mañana de lluvia, suave, templada, desperté frío, débil, con el cuerpo inundado de yagas. Apenas podía moverme. Me incorporé. Y allí seguía el horizonte. Los remos ya no estaban. No había botella de agua. A mi lado obser