Caminando firme.


Por un momento creí haber perdido el rumbo. Parecía que me deslizaba hacia el abismo con la facilidad pasmosa que da el tener la sensación de estar haciendo lo correcto, de estar aprovechando el tiempo, cuando en realidad, lo que hacía era desperdiciar las numerosas oportunidades que me brindaba la vida, a pesar de verlas pasar por delante de mis narices. Incluso por momentos, hasta parecía que yo mismo apartaba la mirada y desairadamente apartaba de mi camino, como quien espanta una mosca que le está molestando, algunas de las oportunidades.
En realidad, de lo que se trataba era de una ceguera estúpida, que iba más allá de lo sentimental, una tontería propia de adolescentes que a mi me había llegado a destiempo, pero quizás en el mejor momento.
Había conseguido varios logros, podía presumir de haber llegado, en edad tan temprana, a escalones que ni siquiera mis mayores defensores habían pensado para mi. Me encontraba en un momento difícil, ese momento crucial al que todos llegamos en alguna etapa de nuestras vidas y en la que debemos de decidir demasiadas cosas. Así que, como suele pasar cuando nos encontramos perdidos y eufóricos ante los falsos regalos, muy tentadores, por otra parte, yo me decidí por el camino más fácil.
Se trataba simplemente de dejarse llevar, de subirse a la corriente, y dejar que las aguas siguiesen su curso. En mi inconsciente sabía perfectamente, que no estaba haciendo lo correcto, o al menos lo que ahora creo que hubiera sido lo correcto.
Pero una vez que había montado en aquel kayak, ya no había remedio. Habría de llegar a un remanso entre los rápidos o a la desembocadura del río, para poder remontar montaña arriba, y emprender el camino, sin olvidarme de sembrar y recoger en el trayecto, todo lo que necesitaba para mi viaje.
Se me hacía difícil. Conforme iba avanzando, los rápidos se hacían más costosos, más peligrosos, las corrientes iban formando remolinos a cada paso que daba, y yo me veía cada vez más avocado a dejarme llevar, esta vez sin control, a la deriva, hasta la desembocadura... Sin embargo, al mismo tiempo que me iba dando cuenta de que tendría que coger el timón y enderezar el barco, mis ánimos flojeaban... el desenlace se hacía cada vez más previsible...
Pero de repente, apareció el salvavidas. Había estado todo el tiempo escondido bajo los remos, en aquel rincón de mi embarcación, sin hacer ruido, y ahora, en uno de los numerosos remolinos que iba sorteando, había caído delante de mis ojos.
Y aunque, al principio, me había costado mucho esfuerzo alcanzarlo, ahora lo tenía en mis manos. Fue entonces cuando algo hizo click en mi cabeza, cuando me di cuenta de que todavía quedaba camino hasta llegar al mar, todavía podía tomar el mando y decidir por mi mismo, cual sería el desenlace de la situación.
Así que, así los remos con mis manos, ahora mucho más fuertes y vigorosas, firmes. Esquivé cascadas, remolinos, presas, rocas sobresaliendo entre la espuma, y encontré lo que buscaba.
Delante de mis ojos se dibujaba una perfecta linea recta, fruto de la calma y la tranquilidad que adquiere la naturaleza, que es capaz de dibujar con el simple paso del tiempo, las formas más perfectas que se hayan visto. El giro no fue fácil, incluso podría decir que había sido traumático, sin embargo, la sensación que me embargó al poner un pie en tierra, era increíble.
No se trataba de algo que no hubiera sentido, sin embargo, era una de estas sensaciones que de vez en cuando gusta y conviene recordar, para no olvidarnos de que estamos vivos y seguimos teniendo la capacidad de tomar decisiones sobre nuestra vida.
Un suspiro resonó en los árboles, como una brisa que mueve placidamente las hojas.
Se había acabado todo.
Más bien, había vuelto a empezar.
Tocaba volver a la cima, para recorrer de nuevo el camino. Viviría de nuevo las mismas etapas, volvería a encontrarme obstáculos, puede que incluso mayores que los anteriores. Pero esta vez, tendría un objetivo claro, una meta en la mente, las ideas ordenadas, y la satisfacción de haber sabido enmendar mis errores.

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