Aeris filum

Probar tu propia medicina es peor todavía que el desengaño y el desamor.

Se ha acabado. No se trata de que no hayas sabido mantener lo que un día fue. Estaba todo muerto. No era más que una burbuja en la que refugiarse cuando todo alrededor se volvía frío y oscuro. Era como una pequeña llama que a menudo solíamos avivar, intentando evitar lo inevitable.

Era la rutina. La monotonía. La inercia nos llevaba una y otra vez al mismo lugar sin conseguir otra cosa que no fuera alargar la agonía de algo que hacía ya mucho tiempo que formaba parte de una crónica de una muerte anunciada. Nadie quería verlo. O quizás sí. Fuera como fuese todos colgábamos de ese finísimo hilo. Pero ya nadie dependía de él. Ya todos habíamos tejido una nueva red. Habíamos encontrado una nueva burbuja, otra fuente de calor a la que aferrarnos y cada vez, mantener aquel hilo se hacía más difícil.

"Es ley de vida" dicen algunos intentando zanjar el tema. Y aunque en contadas ocasiones pareciese que ese hilo volvía a formar una cuerda. Que la fragilidad se desvanecía por momentos, no era más que un espejismo. Era una mera coincidencia de energía. Se trataba de todas las fuerzas reunidas en una, como intentando transportar a la memoria a otro tiempo mejor. Pero en cuanto el juego de la realidad se volvía transparente y la memoria dejaba de ser un recuerdo para pasar a ser un instrumento, volvíamos a comprobar que la situación era irremediable.

Pero ha cambiado la situación. Ahora la energía viaja hacia otra parte. Ahora ya no existen las coincidencias. Ahora una fuerza centrífuga nos empuja hacia fuera como dos polos iguales que se repelen y únicamente consiguen juntarse de forma paralela, como dos raíles que viajan siempre a la par pero que nunca consiguen encontrarse. Y esa fuerza centrífuga ya no es inerte sino voluntaria y agresiva, y hace daño cuando paralelamente se encuentra con su reflejo. Y en su lucha no hace sino aumentar, hacerse cada vez más y más fuerte.

Y el momento del golpe está cerca. Se acerca peligrosamente. Ya ha llegado. No lo hemos visto, ni siquiera hemos podido oír su estruendo. No queremos verlo, no queremos oírlo. Y negándonos la realidad, seremos capaces de caminar sobre los cristales rotos, sobre los escombros, para intentar de nuevo sostener ese hilo que otrora nos ha sostenido, y de qué forma.

Y pensar que lo que hoy es un hilo roto, raído por el paso del tiempo, desgastado por tantas y tantas batallas, antaño fue un cable de acero.

Pero no hay que alarmarse. Se veía venir. Pronto no quedarán ni los rastrojos, ni las cenizas, ni siquiera un olor en el recuerdo... Pronto todo habrá sido inútil. Porque la vida nos enseña que "a cada porquiño lle chega o seu San Martiño" que "nunca choveu que non escampara" y que "al mal tiempo buena cara".

Y volveremos a aferrarnos al pasado, a lo que un día fue y no será, al recuerdo de otro tiempo mejor, a lo vivido y lo andado porque el miedo a lo que está por vivir y al camino que está por andar nos obliga a cobijarnos en la memoria.

Y volveremos a olvidar.

Y volveremos a soñar.

Y la esperanza nos hará seguir adelante.

Comentarios

  1. Al menos nos queda la esperanza


    y sobre todo, la capacidad de soñar

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Perlu Kemerdekaan

Desprotección

Ad eternum