Unos que vienen y otros que van.

He estado durante mucho tiempo haciendo acopio de todo lo bueno que he ido encontrando a lo largo de mi vida, como quien va guardando los pequeños detalles de cada celebración.

He estado durante mucho tiempo tratando de subir peldaño a peldaño una escalera angulosa, desigual y por momentos quebradiza.

Durante este último año, mi vida ha dado un giro de tal magnitud, que incluso en este momento de calma, de serenidad, de tranquilidad con mayúsculas, se me hace difícil de entender.

Podría hacer un repaso a todo lo que me ha sucedido desde que abandoné aquél lugar, pero sería injusto, pues estaría dejando atrás muchos buenos momentos. Podría limitarme a mencionar lo malo que ha quedado atrás, pero estaría obviando lo que realmente me ha hecho avanzar, que sin lugar a dudas ha sido la bondad de todos cuantos habeis participado en todo este tiempo.

Pero, aunque suene egoísta, lo que más quiero destacar, es el grado de madurez al que me han llevado todos y cada uno de los acontecimientos. Los buenos momentos, las discusiones, las fiestas, los achuchones, las mentiras, los agobios, y por supuesto, la libertad.

No ha sido un camino fácil, pues he deseado multitud de ocasiones que el crujido de esa escalera, precediera al abismo eterno e infinito.

Sin embargo, una vez que he llegado hasta aquí, parece que todo ha merecido la pena.

He ganado en confianza, en libertad, en templanza, en seguridad. He aprendido a afrontar las situaciones de otro modo, sin necesidad de magnificar los problemas. He sabido llevar las decepciones de un modo mucho menos visceral. Y quizás lo más importante, he aprendido que la vida no consiste en vivir cada momento al límite, arriesgando todo lo conseguido por lograr un objetivo, o por tratar de ser como a muchos les gustaría que fuese. Se trata simplemente de caminar con paso firme hacia adelante, con las ideas claras, y con el único objetivo de tratar de ser feliz con uno mismo, para poder hacer felices a los demás sin exigir nada a cambio.

Ahora comprendo que en esos momentos pasados, mi vida no tenía dirección. Existía un único objetivo, que marcaba todos mis pasos, aunque en realidad, no estaba avanzando, pues me había detenido en aquel andén y me limitaba a contemplar el devenir del tiempo, sin decidir a que tren deseaba subir. Hasta que suceció lo esperado, lo deseado, lo anhelado durante tanto tiempo. Y entonces cambió todo.

Tu llegada al mundo derrumbó los muros que me rodeaban. Finos velos que hasta la más tenue brisa agitaba, pero que nublaban por completo mi mente, a la vez que se iba haciendo más inhóspito el lugar que enmarcaban.

No recuerdo haber sentido tanta felicidad, tanta ternura. Sin apenas conocerte ya me habías roto el corazón en pedazos, para recomponer ese puzzle al que le faltaban tantas piezas, que tu traías bajo el brazo. Pronunciar tu nombre es hablar de unión, de cariño, de respeto, de felicidad...

Todavía tendría que decidir si me dirigiría hacia izquierda o derecha, si me embarcaría en un ave o simplemente en un tren de cercanías. Pero mi maleta hacía cola ya en la estación. Y sin saber si sería la decisión acertada, me decanté por la media distancia. Ni tan rápido que hasta el más largo camino se haga corto, ni tan corto que se me haga efímero. Bien es sabido aquello de que no por mucho madrugar amanece más temprano, así como vísteme despacio que tengo prisa.

Lo que no sabía, es que tomase el sendero que tomase, las sorpresas no faltarían. Y es que justo en el instante en que la puerta de aquel vagón ancló su cerradura, suceció lo inesperado. El destino, que había estado avisándome durante años, me abrió los ojos. No era a mi a quien correspondía llevar acompañante en este viaje, ni a él le había llegado su momento, así que seguiríamos caminos diferentes, aunque habría de pasar un tiempo, hasta que yo lograra deshacerme de aquellas piezas que no encajaban.

No obstante, alguien me había ayudado a retirar los velos de mi letargo, alguien me había ayudado a subir la maleta, la misma persona a la que había ofrecido mi asiento en el andén, ahora estaba sentada a mi lado, compartiendo los paisajes que contemplaríamos durante el viaje. Y sin saber cómo, en cada una de las escalas, deseaba una y otra vez que el destino estaba vez me echase una mano, poniendo a mi lado en cada una de las etapas, a la persona que me empuja día a día a asumir que no he perdido lo que he dejado atrás, sino que tengo mucho que ganar de aquí en adelante.

Uxío Barreiro. Caminando en linea recta, con la dirección alineada y el motor en marcha.

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